La primera aparición del chocolate con leche en Europa la encontramos en el último cuarto del siglo XIX, más concretamente en Suiza en 1875.
Fue Daniel Peter la primera persona que tuvo la idea de añadir la leche al chocolate ( la leche en polvo que desarolló Nestlé).
Posteriormente, éste se unió con Kohlr y Cailler para asociarse en última instancia con Nestlé alrededor de 1930, reforzando de este modo la producción del citado alimento.
El chocolate con leche pasa por un proceso de transformación idéntico que el resto de variantes de chocolate, con la salvedad de las proporciones empleadas para la elaboración de las diversas variedades de los mismos
A diferencia del chocolate blanco, el con leche aporta pasta de cacao entre sus ingredientes (en proporciones generalmente inferiores al 40 %, aunque hay variedades de chocolate con leche con destino a la alta cocina y a la pastelería que presentan unas proporciones incluso superiores al 50 % de pasta de cacao).
La pasta de cacao dota a este chocolate de su característico color amarronado.
Son la leche en polvo o condensada (que proporciona una mayor dulzura al chocolate y suaviza la amargura del cacao) junto con la pasta de cacao y el azúcar, los otros ingredientes que se utilizan para elaborar el chocolate con leche.
Su contenido en leche provoca que al igual que el chocolate blanco, aporte cantidades importantes de calcio, al igual que mayores niveles calóricos que el chocolate negro, dada la introducción de azúcares en su elaboración.
También es común encontrarnos frutos secos entre sus ingredientes, con lo que tanto el aporte calórico como el proteico aumentan con los mismos.
La ingesta con moderación del chocolate con leche siempre va a suponer un beneficio importante en nuestra salud, tanto física (por los ricos valores nutritivos que posee) como mental (ayuda a reconfortarnos, a relajarnos, posee ciertos efectos afrodisíacos, etc…), constituyéndose en un alimento fundamental en nuestra dieta diaria.