Si pensamos en chocolate, generalmente la primera imagen que nos viene a la cabeza es la del chocolate negro o la del chocolate con leche (que ciertamente son el chocolate propiamente dicho); pero si nos dan unos segundos más aparece en nuestra mente otra variedad de este delicioso alimento.
El chocolate blanco, aparece en Europa (más concretamente en Suiza) tras la primera Guerra Mundial, y debe su color a su composición, siendo la manteca de cacao, el azúcar y la leche los integrantes de la misma (podemos apreciar que entre sus ingredientes no aparece la pasta de cacao y por ello carece de cualquier tonalidad oscura).
El proceso de elaboración de este chocolate es completamente idéntico que el de los otros chocolates, alterando las proporciones de los componentes de los mismos, añadiendo otros en su caso (como vainilla y lecitina de soja o sintética).
Las proporciones más significativas en las que se reparten dichos ingredientes son las siguientes:
- Al menos un 15 % de leche (ya sea condensada o en polvo)
- Un mínimo del 20 % de manteca de cacao
- Con un máximo del 65 % de azúcar
Este alimento aporta grandes cantidades de calcio (por lo que es altamente recomendado en situaciones como las del embarazo), al igual que mayor cantidad de calorías y energía (al ser rico en hidratos de carbono y grasas) que el resto de los chocolates (recordar que cuanto más rico en cacao sea el chocolate, aportará menor cantidad de calorías), manteniendo igualmente importantes aportaciones nutritivas.
El sabor del chocolate blanco es bastante dulce (junto con el chocolate con leche es el favorito de los niños), y debido a su color (y a su sabor) se ha convertido en un importante elemento tanto degustativo como decorativo en las composiciones de repostería (no siendo el más apropiado para elaborar ciertas recetas, que requieren un chocolate con más cuerpo, más cacao en definitiva).